Villa Devoto



Las montañas urbanas 

Cuando los años `70 despuntaban, llevando sobre sus hombros una mochila de campaña cargada de expectativas, sobre el adoquinado corazón de Buenos Aires, también los guerrilleros argentinos escribieron historias de amor y entrega. Sucede que las historias no tienen escenarios propicios. Simplemente, se desenvuelven donde mejor pueden. Así fue siempre aunque, en muchos casos, la combinación pudiera resultar disonante para nuestras expectativas o presuposiciones. Así sucede, por ejemplo, con la historia que tuvo lugar durante esos años sobre el barrio de Devoto. ¿Quién asociaría si no, hoy, a éste residencial barrio con la experiencia de la militancia armada para la conquista del socialismo?
Sin embargo, así sería cuando durante el año 1973, la historia que recorrió sus calles fue la de la liberación de los guerrilleros detenidos en aquella lúgubre cárcel bautizada con el nombre del barrio.

Luche y vuelve

Tras años de resistencia, el peronismo volvía al gobierno de la mano del Tío Cámpora como delegado de Perón y la dictadura, que había ensangrentado al país, se batía en retirada buscando conservar sus posiciones ordenadamente para volver, de darse las condiciones, con más fuerza en otro momento.
Devoto, como otros tantos lugares del país, daba testimonio de la represión imperante con un gran edificio carcelario mayormente destinado, durante esos años, a recluir a los jóvenes que devolvían la esperanza al conjunto de la sociedad, mostrando un camino al que muchos nombraban pero sólo ellos hacían carne con audacia y coraje.
Eran los hijos del Che, guerrilleros que sacudían las ciudades, cargándose el peso de la palabra revolución sobre los hombros, desde diferentes organizaciones políticas, aunque hermanadas desde la masacre de Trelew y por el objetivo del socialismo.
Eran otros tiempos, ciertamente, aunque no tan lejanos como pareciera…
Por las calles de la ciudad corría un viento extraño, entre esperanzador e inquietante.
La sensación generalizada era la de que se vivían tiempos de cambios y los compromisos multiplicados transformaban la cercanía del invierno en una oscura aritmética de astros y solsticios, sólo aplicable a los calendarios de bolsillo pero, de ningún modo, a la sensación térmica que se transpiraba en las calles de nuestro convulsionado país.
Eran los tiempos en que Rodolfo Walsh desparramaba su lúcida escritura en materiales públicos y compartimentados y decía, por ejemplo, aquello de que las paredes eran las imprentas de los pueblos y muchos se lo tomaban tan en serio que Buenos Aires parecía una gran hoja en blanco donde se reproducían pedidos de libertad, promesas de revancha y anuncios de revolución.

La sonrisa de Gardel

Aunque bastante alejado del centro de la ciudad y de difícil acceso, por la escasa cantidad de transporte público que lo recorre, el exclusivo barrio de Devoto - pocas horas después de consagrarse vencedora la fórmula Cámpora-Solano Lima aquel 25 de mayo - vio asaltadas sus tranquilas calles arboladas y sus prestigiosas mansiones por una muchedumbre de jóvenes que comenzaba a congregarse rodeando la cárcel con sus bombos, banderas y cánticos contra la dictadura, intentando arrancar de sus garras a los compañeros detenidos para ofrecerles un demorado abrazo y devolverlos a sus puestos de lucha.
Se trataba de una verdadera pueblada, desatada con el ánimo de dar comienzo a un tiempo de protagonismo popular y fuera de los cálculos de los militares en retirada y del gobierno de estreno. Porque las miles de personas que - aumentando en número con el paso de las horas y rodeando la cárcel – desbordaban las calles del barrio, no estaban dispuestas a esperar los tiempos ni las especulaciones de unos y otros.
Viendo aquellos hechos a la distancia, sólo podría sonar a una pequeña broma del destino el hecho de que los terrenos sobre los que se desarrollaba esta contienda política, tan cargada de indignación acumulada, llevara el nombre de un personaje con título de Conde, rindiendo tributo por propiedad transitiva a pretéritos tiempos feudales, cuando en las calles de este barrio sobrevolaba el fantasma del socialismo como esperanza de unos y pesadilla de otros, mientras la sonrisa de Gardel iluminaba la ciudad de todos revelando estas caprichosas conjunciones del destino.

Los martes, orquídeas

Don Antonio Devoto, fue dueño de las tierras sobre las que se desarrolló, tiempo después, el barrio que hoy conocemos. De una de las riquezas más grandes de Sudamérica y del mencionado título nobiliario, otorgado por el Rey de Italia - su país de origen - por sus colaboraciones durante la primera Guerra Mundial.
Si bien Devoto nunca llegó a vivir en ella, la residencia construida para él fue la más grande que se conociera en su época, bautizada por muchos como “El Palacio Devoto”.
Cabe destacar que este barrio fue, también, uno de los barrios predilectos de la colectividad británica y sus fastuosas residencias también dejaron su impronta en el barrio que hoy conocemos. La “Casa de la Villa”, por ejemplo, de un tal Huxable es uno de estos casos: con sus amplios e iluminados jardines, hoy disponibles abonando un alquiler para la realización de cumpleaños de quince o bar mitzvah. O la de John Hall, famoso por su gran colección de orquídeas* y por trabar amistad con personalidades de la élite oligárquica como Marcelo Torcuato de Alvear o Julio Argentino Roca.

*Llegaría a afirmar que evitaba el casamiento porque sería una traba para el cuidado de sus orquídeas. En la que fuera su residencia, actualmente funciona el Instituto de Botánica y Zoología de la Facultad de Ciencias Exactas y la Escuela Menor de Floricultura y Jardinería que lleva su nombre. Sobre estas consideraciones remitirse a la pagina www.devotohoy.com.ar


Y Final (ni triste ni solitario)

Aquel 25 de Mayo, los presos políticos serían finalmente liberados gracias a la movilización popular y se recordaría como “El Devotazo”, que junto con la victoria del Tío completaría un día increíblemente feliz para la gran mayoría del pueblo argentino.


Huesitos

Si las palabras, como los fósiles, fueran testimonios de época habría que desenterrar con prioridad, entre otras, la palabra revolución para comprender aquellos años, porque fue - sin dudas - la más repetida y escrita por quienes la anhelaban, quienes la temían y quienes la usaban sólo para estar a tono. Algo en el mundo parecía girar alrededor de esa palabra y sus contenidos. Hoy, sin embargo, que pareciera ser otro el eje sobre el que se mueven las expectativas, basta dar una rápida mirada sobre el medio oriente pare percatarse que no es este un mundo más pacífico o, simplemente, asomándose a la esquina para ratificar que tampoco es - de ningún modo - más justo.
¿Que pensarán los arqueólogos de las palabras, cuando dentro de treinta años, buscando las coordenadas de nuestras sociedades, tengan que limpiar de tierra palabras tan livianas como diet o bótox u otras más preocupantes aún como corrupción o su contraparte tan extendida apatía?
Pareciera otro país aquel en el cual los presos políticos eran vivados como héroes. La violencia era un camino válido para terminar con las desigualdades y hoy lo es para custodiar la propiedad privada. Los defensores de aquella violencia eran, entre otros, el Che Guevara o Perón; los de ésta, Susana Giménez o Cacho Castaña.
Si no todo tiempo por pasado fue mejor, no menos cierto es que éste huele un poco a podrido. Valdrá la pena, entonces, redescubrir aquellas historias de ideales y compromisos fuertes que dejaron su impronta también sobre los adoquines porteños para alumbrar un nuevo tiempo, donde Devoto también remita a palabras como libertad, movilización y compromiso. Quien sabe, tal vez también a revolución…

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